Hiper(des)conexión; ¿cómo afecta el uso de las pantallas a nuestra vida cotidiana?

María Eugenia Padrón, -psicoanalista, mágister en psicoanálisis por UBA y mágister en desarrollo territorial (UTN)-nos acerca su mirada acerca de cómo se conjuga el acceso a la conectividad, los dispositivos digitales y la vida cotidiana, atendiendo a señales que nos llevan a interrogar esa relación.
La autora nos exhorta a interrogar nuestra relación con las pantallas y la virtualidad, con su inmediatez y el consumo del tiempo que nos aleja del encuentro con el otro desde la cotidianidad, y que irrumpe en nuestros momentos más íntimos, incluso durante las horas de sueño. Así las cosas, la hiperconexión se ha tomado nuestras vidas y se hace necesario subvertir algo de ello; desconectarnos para no perdernos “del aroma del café, de una mirada furtiva, del sonido de la lluvia en la vereda”.

En los últimos años fuimos testigos del ritmo vertiginoso que adoptó la comunicación. Los mensajes se acumulan impacientes en nuestros celulares, la publicidad se precipita inesperada, al tiempo que las redes sociales urgen por atención. Lejos del papel de un diario que giraba lentamente sus hojas en derredor de noticias de ayer, la celeridad en las novedades del desayuno hoy impera que unas horas atrás es tiempo pasado para la era digital.

La información se nos presenta desorganizada, superpuesta, al modo de un collage atolondrado entre imágenes, videos y sonidos desde el primer café. Así transcurren las horas de apremios persistentes durante toda la jornada. Cae el sol pero la noche no llega nunca para nuestros compañeros electrónicos que nos atormentan con reclamos, incluso entrada la madrugada.

Al paso de los días mi teléfono me informa: “Has usado el móvil una hora más que la semana pasada”. Y yo me pregunto, ¿cuándo?; ¿en qué momento perdí esa hora que la era digital ganó?

La infinidad de conexiones virtuales nos reclama al punto en que por momentos se torna complejo vivenciar subjetivamente una experiencia: preferimos que la misma sea captada a través de la de la máquina (Augé, 2000), mirando el mundo mediante la pantalla de nuestro celular.

La sensación de extrañeza no deja de acompañar esas experiencias cuando, luego de un recital, nos preguntamos por la veracidad de esa vivencia que presuntamente aconteció: ¿es cierto que estuvimos allí con el cantante soñado de la infancia?, ¿o fue aquél un Luis Miguel impostor?

Los límites se vuelven difusos, desvaneciéndose, entre otros, los bordes que separan el adentro del afuera: ¿estamos en el trabajo o hemos salido ya? La oficina quedó atrás hace varias horas y, no obstante, a la palma de la mano acarreamos varias voces que resuenan con demandas de aquello que aún estaría presto por hacer.

No podemos dejar de reparar en que esta vorágine comunicacional nos allega valiosa información, al tiempo que nos acerca a lugares y personas impensadas. Ha permitido, igualmente, mantener contacto con nuestros seres queridos en tiempos en que la pandemia nos pedía aislarnos al interior del hogar. Algunas/os estudiosas/os describen como un archipiélago la red de conexiones múltiples que las nuevas formas de comunicación facilitan y proponen (Sennett, 2000). Mantener contacto con tantas personas a variadas distancias es algo que damos por sentado y que no deja de tener algunas decenas de existencia.

El tiempo de lo virtual propone, igualmente, posibilidades de expresión por variados canales y medios. Procesos que, tiempo atrás, podían requerir cierta demora, como la oportunidad de publicar, cuenta en este momento con la instantaneidad que ofertan las redes sociales.

Esto a condición de mantener cierta propulsa consumista como requerimiento para seguir conectadas/os: el teléfono que otrora nos sorprendía parece hoy una reliquia que requiere urgente renovación. Pasamos, así, de un objeto caído en desuso a otro con promesa de futuro en un lapso de semanas (Bauman, 2007).

La vertiginosidad de los cambios necesariamente incide en las subjetividades y la sociabilidad. Algo de esto nos introduce la película “Her” (Jonze – 2013) que narra la relación entre un joven escritor de cartas y un programa de inteligencia artificial. El protagonista, Theodore, adquiere el sistema operativo y comienza a interactuar con éste a través de un auricular que acompaña su cotidianeidad.

En comunicación con el dispositivo, le da un nombre y un género: se llamará Samantha. Ella le habla y escucha, comienza a conocer sobre nuestro escritor y sobre el mundo, en una experiencia de aprendizaje y transformación. Los vaivenes de encuentros y desencuentros se suscitan entre una voz sin cuerpo y vivencias de un despertar sexual curioso que no deja de toparse con la frustración. La persecución atormenta la experiencia cuando Theodore pregunta y se pregunta sobre la vinculación de Samantha con otras personas e, incluso, con otros sistemas operativos.

Respecto de las transformaciones vinculadas con la inteligencia artificial, Sam Altman, director de la empresa que creó el extendido ChatGPT[1], en entrevista con ABC News (abc NEWS, 2023) no deja de manifestar un halo de preocupación. Destacando los procesos de creación e inventiva que facilitan en la interacción, con drásticas transformaciones sociales que puedan traer aparejados, nos invita a ser cautelosas/os respecto de los riesgos y potenciales peligros que puedan acarrear, como la derivación hacia una desinformación masiva.

En este escenario, podemos notar que el cansancio acompaña la compulsa cotidiana: un devenir infinito que va por las vías del exceso en el imperativo a la conexión. No dejamos de traer la pregunta respecto de cuál es la conexión de la que hablamos en la sociedad actual.

Miro hacia las mesas contiguas del café mientras noto que las personas, sentadas unas frente a otras, lejos de las miradas cómplices y recíprocas, inclinan su vista con fijeza hacia el celular. Me pregunto, entonces, de qué formas nos hemos a su vez desconectado.

Del aroma del café, de una mirada furtiva, del sonido de la lluvia en la vereda.

Y así nos invade el envite a desconectar. Desconectar de la virtualidad, del brillo artificial de las pantallas y apostar a conectar con algo más allá.

Salir del encierro electrónico.

 Por un momento apaguemos la máquina. Te espero para vernos allá afuera.

 

FUENTE: ELSIGMA.COM

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