EDITORIAL – Combis, choripán y una narrativa populista con gusto a casta en el país del 53% pobre
El sábado por la noche, Javier Milei lanzó el partido «La Libertad Avanza» en un encuentro con sus militantes en donde no faltó «ni el chori». Narrativa de ficción en un país con el 53% de pobres.
El aparato de convocatoria para acudir al acto fue a la orden de los populismos que –decían– venían a combatir. Una imagen con épica peronista, en donde se mostraba a Javier y Karina Milei abrazos, emulaba la tradicional foto de Perón y Eva, resignificada en la liturgia justicialista con Néstor y Cristina. Claro que dejando un gusto sumamente raro si analizamos la semiótica de esa imagen: Karina y Javier son hermanos. Por otra parte, ha llevado a pensar al público general… ¿no era eso lo que venían a combatir?. En fin, punto y aparte.
Durante los últimos gobiernos kirchneristas, cuando había un acto político del partido oficialista, los «prime time» televisivos y las primeras planas de algunos diarios, estaban reservadas a la famosa foto de los micros que estacionaban algunas cuadras antes del punto de encuentro. Allí, sin un sustento claro (jamás llegaron denuncias oficiales a fiscalías ni se realizaron minutas con pedidos de informes) el aparato mediático orquestaba las críticas a los «planeros que iban por un pancho y una coca». Como dijo un militante entrevistado en 2011, «por lo menos digan que es un chori, no comemos pancho». De ese tema, para el acto militante de Milei, ni un párrafo en aquellos mismos medios. Pero resulta que Franco Mogetta, secretario de Transporte, se encargó de que las empresas privadas de colectivos pusieran sus unidades a disposición del traslado de los libertarios. Y, como era de esperarse, recibieron el apoyo de las empresas que, en plena campaña presidencial, le realizaron un lock out patronal al por entonces candidato peronista, Sergio Massa. Pero en fin, punto y aparte.

«El gusto a casta no se va». Es lo que comentan aquellos militantes que forman el denominado «núcleo duro libertario» –algo así como los «cabeza de termo» de la pospandemia-, aquellos que acompañaron desde el primer momento a Milei, cuando aún era creíble el discurso que lo enfrentaba con una supuesta casta a la que venía a combatir.
Siguen firmes en el apoyo al «fenómeno Milei», pero también se están cansando. Fuera de que no hay un panorama claro, a 10 meses de gobierno, de quién o quienes son la casta (¿jubilados, docentes, emprendedores, trabajadores, o los políticos y jueces con quienes negoció todas las acciones de gobierno?), estos fanáticos guardan alguna fe o esperanza en lo que viene. De proyecciones concretas y planes de gobierno, nada. Esperanzas y fe.
Y asimismo, en medio del acto y todavía con Milei hablando (sobre todo, insultando violentamente a quienes no piensan como él) se fueron retirando de Parque Lezama a la vista de las cámaras de los medios que cubrían el evento. Pero… punto y aparte.
Presentación política-electoral anticipada de Karina Milei, quien no estuvo a la altura de las circunstancias, no pudo arengar al público, parecía asustada con la voz entrecortada y trastabillaba en la lectura de un discurso escrito. Gusto a poco, es lo mejor que se le podrá decir. Alarmas en la «oficina Caputito». Pero, en fin, sin rodeos… punto y aparte.
El discurso de Milei, esperable: vacío, lógica de enemigo en común, lógica de «estás conmigo o contra mi», gritos, camperas que transmiten olor (ya no esa paupérrima y falsa imagen de humildad que intenta trasladar).
Milei mostró claramente la euforia de un chico que cumplió su sueño. Con un discurso vacío, el tono fue violento, agresivo. El más alto representante institucional, con una verborragia que profundiza la grieta a niveles inusitados. Un potencial peligro, que avanza en su modelo comunicacional con una lógica que enciende todas las alertas de un neofascismo encubierto discursivamente. El periodismo y la prensa, otra vez atacados y señalados. «Mandriles, ensobrados, les rompimos el ort…», fue una de las perlitas que dejó quien representa al Estado-Nacion argentino.
Así como Phillik Dick se pregunta si sueñan los androides con ovejas eléctricas, me pregunto si todavía sueñan los encantadores de serpientes del modelo libertario con un país en donde realmente la libertad sea para todos, y no solamente para hacer negocios a la medida de grandes transnacionales y devoluciones de favores amigos.
En el fondo, es tan abstracto el concepto de «libertad» que su banalización y usos incongruentes no es propio del actual mandatario.
Y nos quedamos sin punto y aparte. La narrativa político-partidaria libertaria está en un bucle de apropiación y resignificación de los viejos signos políticos, que busca tomar de la épica peronista su modelo y extrapolarlo a lo que se conoce como «populismo de derecha», intentando generar los «signos» de anclaje de una mística que no existe, porque los fenómenos de época son así, y sobre todo cuando se insertan en una sociedad que, lejos de estar despolitizada, está completamente descreída.
Una mística que pende de un hilo, sostenida por aquellos que aún no se asumen en condición de víctimas del modelo, ni cuando meten la mano en la billetera, pero que contrasta con los «inputs» de realidad social: Santiago Caputo y los hermanos Milei visualizan como va decayendo la imagen en sus propias encuestas, y buscan alguna «estaca» simbólica desde donde agarrarse, en un país en donde cada vez es menos creible y sostenible el discurso luego de perder bastiones y promesas de campaña en menos de un año de gobernanza.
Habrá que esperar a ver como sigue la narrativa ficcional, mientras en el plano real los jubilados se encuentran en su peor punto de poder adquisitivo desde la crisis del 2001, en un país que tiene 5millones de nuevos pobres y que está a la puerta de una nueva marcha nacional en defensa de la educación universitaria. Pero parece que punto y aparte, no hay. Sobre todo si vemos las mismas caras que en los gobiernos de De la Rua y Macri.
Había algo cierto. Una argentina distinta es imposible con los mismos de siempre, que están ahí, con las mismas prácticas y las mismas costumbres de aquello que venían a combatir.
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